Aún no cumplía Ana 10 años y yo 15 (Le llevo 5 años) cuando ya ella,
por esos aires de madurez que llegan primero a mujeres que a hombres,
me regalaba flores.
No, no eran flores bonitas, compradas en un ramo. Más bien eran o flores
que cortaba en cualquier matero de alguna doña de las cercanías o alguna
que se robaba de su casa. Hoy no recuerdo las flores, la imagen no me viene.
Solo me imagino flores viejas...
La cosa es que Ana era una niña delgaducha en extremo, era bella,
lo es. Pero nuestros amigos de toda la vida bromeaban con sus piernas delgaduchas.
Yo, como todo chico tonto que se respete, les seguía el juego. En cuanto Ana
me entregaba una flor y me miraba con ojitos brillantes y arrancaban a burlarse de ella
y de mí por ser el objeto de su atención, le soltaba:
- ¿Estás loca, patas largas? Pareces una garza.
Y es que ese era uno de sus apodos, la garza la llamamos durante algunos años.
Y esa chica patas largas, garza, mi Ana, se sentía dolida... Muchos años después
me lo contó. Una de las muchas veces que lloramos juntos, me confesó que
lloraba en su cama por las veces en que la rechazaba y la humillaba.
Se que algún día te enseñaré este blog, Ana, después de todo está hecho para tí y
quiero que desde hoy quede aquí grabado:
Te amo desde el fondo de mi corazón, siempre te amé, siempre te amaré y siempre te amo.
Y me siento arrepentido por haber sido el tonto que fui durante tantos años, por lo mucho que
te hice sufrir, nada de lo que me hiciste después me excusa, mi Ana y si sirve de algo
a estas alturas... Perdóname, con el corazón en la mano te lo pido, Perdóname.
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